Crecimos casa con casa, estudiamos la misma carrera y con la crisis del 2008 nos tocó reinventarnos. Alejandra empezó a trabajar en una tienda de mobiliario y decoración llevando proyectos de interiorismo, mientras que Leyre se unió al equipo de una empresa de aislamientos.  Esta etapa fue un aprendizaje con un enfoque muy diferente al que nos habían enseñado en la escuela de arquitectura, donde el cliente era fundamental en la toma de decisiones.

Nos dimos cuenta de que la arquitectura y el diseño tenían fama de ser servicios caros, y que mucha gente no entendía su utilidad más allá de la necesidad de obtener una licencia de obras. A nuestro alrededor se estaban repitiendo los mismos errores una y otra vez: amigos que se embarcan en una reforma y se acaban dando cuenta de que han tomado decisiones equivocadas y que rectificarlas implica un gasto considerable, proyectos técnicos (o de ejecución) que no se adaptan a la realidad de los clientes, o contratar directamente profesionales de la construcción como contratistas o albañiles pensando que también son diseñadores sin una planificación ni control económico.

Entendimos la importancia de trabajar en colaboración con el cliente, acompañándolo en un proceso de reflexión sobre la viabilidad de sus ideas, aprovechando nuestro conocimiento técnico y de diseño, para que el resultado estuviera a la altura de sus expectativas.